¿Protocolo? Oh là là !
Todos los que leáis esta entrada ya conocéis esa cara (de circunstancia) que pone la gente cuando uno dice (alegremente las primeras veces y con cierta resignación las segundas) que es traductor o intérprete. Sin embargo, ¿os habéis parado a pensar alguna vez qué reacción puede provocar eso de anunciar que uno es experto en protocolo? Os planteo esta pregunta porque la impresión que tienen los ciudadanos de a pie de esta profesión es relativamente similar a la que tienen de la del traductor e intérprete: en un principio exclaman un «¡hala!», «¡guau!» o «¡qué nivel!» (de ahí lo de relativamente porque esto es una clara diferencia ) pero en realidad no tienen ni idea de qué va la cosa (con esta segunda parte seguro que os sentís más familiarizados).
Esta es la gran paradoja del protocolo, muchos lo aprecian y valoran sin saber qué es y, sobre todo, qué puede hacer por ellos. Es cierto que los medios de comunicación han contribuido enormemente a idealizar esta materia y a alejarla de los mortales que no pertenecemos a la realeza, nobleza o clase política del país; pero es solo culpa nuestra creer y asumir un concepto tremendamente equivocado sin antes tratar de indagar en él…
Efectivamente, lo confieso, yo fui la primera sorprendida cuando me metí de lleno a estudiarlo y empecé a descubrir que el protocolo es algo más que «glamour», «celebridades», y «jet set». El protocolo es todo el conjunto de reglas que nos rodean y que nos permiten –con–vivir en sociedad. No es simplemente saber qué cubiertos utilizar en una cena sofisticada (a la que solo iremos una vez en nuestra vida), qué vestimenta elegir para una entrevista de trabajo (cuando nos la concedan) o qué palabras decir en el discurso como candidato a la presidencia (si decidimos cambiar el país). La verdad es que es un gran error ver el protocolo como algo tan inútil ¡con todo lo que puede ofrecernos!
Para comprender mejor esto que digo, lo primero que tenéis que saber es que existen distintas clases de protocolo –social, oficial, diplomático, internacional, religioso, empresarial, militar, deportivo y universitario–, por lo que cada uno tiene una función/utilidad según el contexto en el que se aplique y, consecuentemente, puede aportar cosas muy diversas. Así, el protocolo –en su sentido más amplio– puede enseñar a las personas la forma más correcta de comportarse en muy diversos aspectos de sus vidas –desde responder a e-mails de trabajo, calcular las cantidades de determinados alimentos para una cena, establecer relaciones sociales o laborales con personas de diferentes culturas, ubicarse en un evento y ubicar al resto de personas y hasta interpretar la simbología nacional e internacional–.
Con esta entrada solo quiero mostraros ese lado oculto del protocolo que no solo ha de desatar un «oh là là !» solo con pronunciar esta palabra, sino que debe desatar un buen agradecimiento en su uso porque, como decía Talleyrand, «el protocolo simplifica la vida» (y en mi humilde opinión, también la hace más fascinante).
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